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jueves, 1 de octubre de 2009

Crítica a film argentino: Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro

Que el éxito acompañe a alguien en un país que abunda dicha suerte no es sinónimo de ser bueno artísticamente en su tarea. Esta es una opinión que al realizador Marcelo Piñeyro siempre le encuadra perfectamente, según muchos cinéfilos amigos como quien escribe, a partir de las repercusiones en taquilla de su completa filmografía.

Pese a esto, este ser humano, que mira películas en lugar de hacer muchas cosas, intenta despojarse de cualquier perjuicio para lograr la neutralidad necesaria, dándole así una nueva oportunidad al director de Tango feroz, la leyenda de Tanguito (1993) y Caballos salvajes (1995).

Su primera escena, de tono solemne, de Teresa (Ana Celentano) entrando al barrio privado, o “country”, “Altos de la Cascada” sirve bien para describir parte del modo de vida en esos lugares exclusivos iniciando con buenas intenciones del relato. Todo esto es útil para vincularnos, de entrada, al enigma que lleva en cuestión al film, los tres ahogados en la piscina como posible homenaje a El ocaso de una vida (Sunset Boulevard, 1950).

Los créditos de presentación nos describe al trío, ¿Por qué están con la boca casi cerrada y no totalmente abierta?, mediante imágenes que buscan un cierto erotismo, ¿Habrá visto El demoledor (Demolition man, 1993)?

Quizás, Piñeyro lleva el libro de Claudia Piñeiro porque le encuentra paralelismo con su anterior, la más lograda de sus obras dirigidas, El Metodo (2005) por hacer foco en los sucesos históricos argentinos de Diciembre de 2001 o que la recién llegada pareja al lugar nos ayuda para describir bien de qué va el lugar, aunque se olvida de detallar que los que viven allí eligen a los vecinos que quieran tener mediante el voto de una asamblea.

Pero bueno, lo que viene después, ni bien el Tano (Pablo Echarri) empieza con su discurso sobre él y su costoso estilo de vida, empiezan los tropiezos, o más bien artificialidades. Actores que no le dan bien la tónica o expresividad necesaria a los diálogos y situaciones que explican demasiado, diálogos que cubren toda la película, puesta de cámaras quietas que no colaboran en el ritmo o la tensión que se quiere pretender y un guión que deja cosas sin cerrar por descuido.

Y así como que la puesta de cámaras es fría (aunque no tanto como la actuación de Juana Viale), el montaje falla en no aclarar, ni con sus trucos propios de dicho departamento, la intencionalidad no lineal que tiene el largometraje, que creo que es el mismo error de Plata quemada (2000) del mismo director. Encima lo que se cuenta en las interrupciones, que tiene que ver con el posterior a las muertes, no aporta nada importante para que se justifique su presencia.

Muchos errores más a descubrir en una cinta defectuosa que lleva a todo a ser un trámite para conducirnos a un final que pretende ser sorprendente.

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