Así como se produjo en 1968 en Francia el Mayo Francés, en la ciudad argentina de Rosario se gestó el Rosariagazo, con símil características y contemporáneo al galo.
Este hecho, olvidado por la cinematografía argentina, es rescatado por Días de Mayo (2008) sobre una fotografía en blanco y negro y una muy buena y cuidadosa ambientación para recrear aquellos años.
Este film del director oriundo de dicha ciudad, Gustavo Postiglione, es, desde el vamos, un avance en su filmografía de historias suburbanas, siempre ubicadas en su ciudad natal, pero sus buenas intenciones caen victimas de un guión cuyos diálogos se preocupan por describir a los personajes, sobre planos estáticos y alargados y en actuaciones no desenvueltas, por sobre contar acciones.
Esta vez, las interlocuciones entre los personajes intervinientes aburren, no le juegan a favor como en las anteriores. Quizás el problema principal sea que se tomó otras realizaciones como modelo a seguir en lugar de “liberar” las tramas que se quieren contar hacia un camino propio.
Antonio Birabent, músico de profesión, cumple una destacada actuación. El interpreta a un excéntrico cantautor de mala suerte (inventa estilos musicales antes que otros de real existencia lo hagan conocer por el mundo) que representa al movimiento musical arrancaba por esos años y es el que aporta humoradas en el relato. Pero su aparición y la actuación distan de haber logrado algo bien explotado sobre todo a comparación de los demás personajes que parecen ser muy rígidos.
Días de Mayo es interesante para conocer lo que se vivía por esos años, mezcla de dictadura y cambio de conciencia social, y para refrescar al cine argentino algo monótono en cuanto a temas a contar.
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